El salto


Hacía mucho tiempo que no volvía a encontrarme con esta fotografía. Tenía trece o catorce años y probaba con un amigo la vieja cámara fotográfica de mis padres. Se me ocurrió intentar capturar el momento en el que yo saltaba de una a otra orilla de la esquina del estanque. Para darle emoción, debía hacerlo también sobre el agua que una piedra, lanzada mientras iniciaba el salto, haría salpicar.

Hubo, sin duda, una cierta coordinación motora mía y precisión por parte de mi amigo, el tomador de la imagen, pues salió a la primera. Y suerte, pues sólo hicimos esa captura, sin saber si había salido bien o no; en aquel entonces, no disponíamos de una pantalla digital que nos mostrase de inmediato el resultado obtenido.

Pienso ahora en cómo habría quedado la escena grabada en película por Harold Edgerton, el artista e ingeniero eléctrico estadounidense, inventor del flash estroboscópico y creador de esas fotografías, tan bellas como útiles desde el punto de vista científico, que aún hoy alimentan nuestro imaginario (y nuestra publicidad): un primer plano de mis zapatillas blancas rozando unas lentísimas gotas ascendentes de agua sobre el oscuro fondo de vegetación inmóvil.

En ese fondo, y ajenos a la ocurrencia, puede verse a un padre que atiende a su bebe y, a la derecha, una pareja que yace en el césped mientras otra figura nos da la espalda dirigiendo su mirada hacia donde no parece estar pasando nada interesante; si haces sucesivos zooms de la imagen, vienen inevitablemente al recuerdo escenas de "Blow-Up" (si en algún momento la viste, claro), aquella película de Michelangelo Antonioni basada en un cuento de Cortázar y ambientada en el Londres de los sesenta –con música de Herbie Hancock–, en la que un fotógrafo descubre un asesinato a través de las sucesivas ampliaciones que realiza sobre las fotografías tomadas en un parque; un parque, en principio, tan anodino y carente de interés como el que aparece en nuestra imagen.

Edgerton, Antonioni, Cortázar, Hancock, mi amigo el fotógrafo... de todo hace ya mucho tiempo: un gran salto.

Un mundo con hijas II


Lo pensaba hace un tiempo: la eternidad fue aquel partido de fútbol sin marcador, sin líneas marcadas, de cuando niños; en el parque de una tarde de agosto.

Ahora que vuelvo a esos escenarios acompañando el juego de mis pequeñas, percibo de nuevo esa sensación del tiempo detenido, medido tan solo por los espacios existentes entre turnos de columpio, mecido por el continuo burbujeo de risas y gritos infantiles.

Con un decorado de bicis, balones y patines de fondo, María recita la tabla del seis con la misma cadencia mnemotécnica que yo utilizara hace ahora más de 30 años. Escucho y disfruto de su voz y la suave temperatura mientras me pregunto si a la futura supernova Eta Carinae le importará mucho la tabla de multiplicar, o si nuestra corteza terrestre se estremecerá en parte por todos esos hoyuelos que los niños abren y cierran con sus palas de plástico verde transparente.

El parque, a veces, me parece el centro mismo del universo.
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