Una ciudad desencuadernada


Se me ocurría, pensando en el cercano futuro del libro, cómo podría ser el futuro de la ciudad, ahora que el libro va a pasar a ser otra cosa, algo desencuadernado, sin tapas ni guardas, ni lomo; y donde el texto, ubícuo y flexible, ya no manchará el papel, libre de la milenaria lámpara mágica que supuso el soporte que llamamos libro.

¿No correrá el destino de la ciudad, ese tejido (texto) de acciones y personas, paralelo al del libro?

Desde que hemos creado lugares en los que vivir, la tensión parece haber sido la misma, sobre todo en el desarrollo de las ciudades: urbanizar a través de una u otra (o ninguna) planificación con los medios de la arquitectura y la política para dar respuesta a unas necesidades que, por su propia condición, resultan al cabo de los años cambiantes o desmesuradas.

Imagino entonces que el futuro podría pasar por la supresión de los límites físicos de la construcción, una suerte de ciudad como energía de sus ciudadanos y no como superficie ocupada. Ciudad malla, ciudad red, ciudad global: o lo que es lo mismo, desintegración de la ciudad en pos de la ciudad-individuo.

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