Requena y el caso del scrabble

A Requena le bastó con intercambiar tan solo unas palabras con uno de los dos sospechosos para encontrar al culpable...

De orillas y botes, de morentes y camarones

Dos gráficas y una alegoría futbolística para explicarme por qué, aun como disfruto por igual de Camarón y Morente, las propuestas artísticas que los definieron (y aún definen) me parecen responder a experiencias distintas de vivir y percibir el arte del cante flamenco.


Imagino dos orillas: en la primera, estamos nosotros, y formando parte de nosotros, Enrique Morente. De esta orilla sale un bote que lleva escrito el nombre de "el Cante". A través de su obra, Morente nos lleva hasta los terrenos de la belleza, una belleza telúrica, basada en la técnica y el conocimiento, la creatividad, el estudio, la inteligencia y la síntesis experimental. Por eso, es fácil que Morente encaje con nuevas músicas y un público con ganas de descubrirlo; su propuesta es sofisticada además de añeja y atemporal.

Morente controla los recursos para crear, es Cruyff inventando el penalty indirecto.

Por otro lado, en un segundo mapa, hay una orilla en la que seguimos estando nosotros y en la otra, el cante; el bote que conecta ambas orillas se llama Camarón. El carácter flamenco del Cante atraviesa la vida del que canta; expresarse no es una decisión reflexionada, es vital. Es Maradona.


Ese es el asunto, decidir viajar hasta la belleza a través del conocimiento o dejarse secuestrar en un bote que se dirige a territorios alejados de la experiencia cotidiana.

La señal simbólica

Sé que he llegado a una realidad distinta –espacial, por tratarse de un pequeño pueblo de grandes personas, y temporal, por arribar en Semana Santa– cuando visualizo esta señal de tráfico.


Ese "trazado orientativo" deviene liberador en lo que no expresa pero deja entender: que las marcas que delimitan los carriles pueden ser rebasadas o ignoradas si así lo aconseja el sentido común. La estrecha y sinuosa carretera, cambiante de una estación a otra (por la vegetación que cubre o no parte de la calzada, los tractores que cosechan y entran o salen de las tierras, las bicicletas que van y vienen), demanda una velocidad distinta según el caso, un respeto por los carriles distinto según la ocasión...

Acostumbrado a la rigidez anómica y sancionadora de la urbe, a la segregación de carriles, actitudes y ambientes, al rigor de los horarios, habitar unos días un espacio en los que aquellos límites se difuminan resulta, como poco, terapéutico. Límites difuminados en torno a los que legalidad e ilegalidad transitan por estrechas calzadas –en esos días, por poner un ejemplo, las instituciones permiten juegos que no son legales el resto del año, como el de las "chapas"–, la familia pierde su condición atomizada y se amalgama con distintas generaciones; el día y la noche se unen, solapándose entonces el sueño y las comidas, las charlas y el juego; los ritos religiosos y los profanos cohabitan complementándose –qué gran procesión cuentan que fue la del Genarín–...

Por todo ello, esta señal de tráfico ha perdido aquello que denotaba para pasar a connotar otra realidad, idealizada sí, por breve y falta de costumbre, pero intensa y disfrutable; una llamada, en fin, a vivir en torno a unos márgenes orientativos en los que darnos permiso para entrar o salir según convenga, a desencasillarnos de nuestra profesión, nuestro rol familiar y hasta de esas ideas que tan fírmemente hemos ido pintando en nuestras calzadas.

Crucémoslas, a ser posible, juntos.

Visiones de un futuro incierto: del libro a la biomímesis


Y seguimos dándole vueltas a si el libro, entendido este como el artefacto constituido por decenas de páginas cosidas o pegadas a un lomo y protegidas por una cubierta, desaparecerá o no en un futuro cercano desplazado por las tecnologías emergentes.

El libro, más que desaparecer, dejará de ser usado, como dejamos a un lado la tradición oral, aquel antiguo recipiente de nuestra memoria; la razón de su extinción no será la de que el texto o los lectores hubieran elegido como soporte la pantalla digital en detrimento del libro, herramienta que ha demostrado ser perfecta para la lectura; será el propio texto y las demandas de los lectores los que cambien.

Con el paso del rollo al códice, la obra que antes ocupara varios rollos o volúmenes se vio acogida en su integridad en el nuevo soporte de pliegos cosidos, técnica que posibilitaba albergar una mayor cantidad de texto; la obra pasó entonces a identificarse con su vehículo: el libro. ¿Llamaremos mañana "libro" al texto ubicuo?, un texto que puede ser consultado en cualquier parte del mundo; blando, pues permite su constante actualización; plegable, de manera que es ampliado o sintetizado sin solución de continuidad con nuevos textos, imágenes, videos o locuciones; ¿llamaremos libro al texto que permita ser comentado, modificado, recreado en los márgenes o en los propios límites de su construcción?

Cuando la obra se edifique a través de la participación de miles de autores y sea ubicua, blanda y plegable, el texto no tendrá más remedio que sustentarse en un medio adecuado a su naturaleza y ese medio no será ya nunca más de papel.

Los niños, en ese futuro, verán maravillados como antes éramos capaces de consumir tanta energía y tiempo en producir un libro de cientos de páginas cuando ellos, ahora (entonces), obtendrán una información equivalente con solo señalar con su dedo una zona de su frente mientras dan un golpecito a un espejo.

Ese gesto que esbozo como comunicación con la tecnología futura no es un tema baladí; nuestro mundo se volverá a llenar de gestos: la imposición de manos, la persignación serán puertas hacia servicios de todo tipo; gestos que máquinas o nuestro propio cuerpo amplificado, entenderán.

Y persignarse, sí. Cuando las disciplinas borren sus fronteras para ser otra cosa, cuando hablar de medicina sea hablar de ingeniería y el proyecto de arquitectura sea un proyecto de biología, sólo entonces, la tecnología, tan alejada en el secreto de su funcionamiento como vital, podría convertirse en el destino de nuestras esperanzas, en el demiurgo de un nuevo universo al que depositar nuestras preguntas.

Pero eso, si es, será mañana.

Obviamente, yo soy el escarabajo y tú, la mariposa

Como no podía ser de otra manera, mi hija mayor, además de ser la niña más guapa del mundo, es poseedora de una inteligencia por encima de la media, tan sólo equiparables a la belleza e inteligencia de su hermana, mi hija pequeña.

Pues aquella, la mayor, me vio trazando esquemas sobre una hoja de papel y me dijo: "dame el bolígrafo que yo también voy a hacerte unos esquemas..."

En medio minuto hizo exactamente esto:


Como no quise interpretar, basándome en el esquemita, el lugar que, según su percepción, cada uno de sus padres ocupábamos en la familia, valoré sólo sus ganas de aprender y lo bien resuelto de su diagrama.

Animada entonces siguió dibujando, realizando rápidamente el segundo esquema. Este:


Teniendo en cuenta que su insecto preferido es la mariquita y que está colocada en la misma posición donde estuviera ella en el primero de los diagramas, obviamente podemos deducir que su madre no es otra que la bella mariposa; yo estuve a punto de quejarme por ser el escarabajo hasta que observé que, en el lugar que antes ocupara su hermana pequeña, se encontraba ahora la temida y dolorosa, por experiencia propia, avispa.

Pero repito: por mucho que su madre entienda ser centro, paraguas y sostén de la familia, y vaya pavoneándose por ahí de tener unas policromáticas y preciosas alas, no seré yo el que ande sacando interpretaciones fundadas a la luz de un esquema circunstancial y anecdótico; y yo, a lo mío, rodando esta bola que me traigo entre manos.
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