Del garabato al monigote


María había pasado semanas garabateando sobre páginas y páginas, en una expansión cinética descontrolada en la que el ojo era el que seguía a su mano; su satisfacción era doble, provocada por el placer del movimiento y por la sorpresa y emoción de crear algo que antes no existía, casi siempre, madejas de líneas de color.

Una tarde, las madejas desaparecieron; en su lugar, el plano vacío se ocupó con formas cerradas: óvalos, rectángulos... el ojo ya conducía su mano. Interrumpía voluntariamente algunas de las líneas para continuar después de pasar "detrás" de alguno de los espacios cerrados. Las líneas, horizontales y verticales se cortaban produciendo intersecciones en las que se alojaba entonces un arco, una esquina. Una vez terminados, María explicaba lo que había dibujado sin que existiera ningún tipo de semejanza formal con lo nombrado. Estos dibujos, los más deliciosos desde mi punto de vista estético, me sugieren topologías, espacios arquitectónicos, planos, esquemas...

Poco tiempo después, aparecieron los monigotes

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